Aportes de la universidad al bien común

Categoría: Opinión

A través de la historia, las universidades han sido instituciones de enseñanza y formación. Cuando en la llamada Edad Media se acuñó la denominación Universitas Magistrorum et Scholarium (corporación de maestros y escolares), se estaba haciendo algo más que una simple representación; se estaba fijando un contenido y caracterizando a una actividad social, a una convivencia de individuos pertenecientes a generaciones distintas, asociados en torno al perfeccionamiento compartido en el saber.

A partir de ello, la institución universitaria se fue proyectando en el tiempo, buscando alinearse con los desafíos constantes que presenta la globalización y el explosivo desarrollo científico y tecnológico, una de cuyas expresiones la encontramos al observar, por ejemplo, el impacto de procesos como el del Big Data y otros, cuya aplicación se irradiará hacia muchos ámbitos de la sociedad.

En esa realidad, su quehacer se orienta no sólo a la formación de profesionales con variados conocimientos, y de personas en el sentido amplio de la acepción, sino al mismo tiempo al logro de un bien común universitario, el cual por tratarse de un objetivo inserto en un contexto social más amplio, debe articularse con la meta de la sociedad global que es el bien común general, entendido como el bienestar de todos y cada uno de los integrantes de una colectividad.

En ambos casos, el bien común se presenta como un espacio accesible a todas y cada una de las personas, que en el caso de la universidad se traduce en una vida universitaria plena, en una perfección enfocada en el cultivo de la inteligencia y encuentro con el conocimiento mediante el ejercicio de las capacidades intelectuales, complementada por las virtudes morales.

Para que esta perfección se pueda alcanzar, es necesario que todos los estamentos universitarios que participan, tanto académicos, como estudiantes, personal administrativo y de servicios – cada uno desde el rol que les compete – se orienten de modo armónico y eficiente, en dirección al mismo fin, en el ejercicio de las misiones tradicionales de una universidad.

De tal manera se puede aspirar a un ambiente de justicia y realización, en el que se combinan aspectos heterogéneos en cuanto a las funciones, pero equivalentes en cuanto a dignidad en la común pertenencia a la institución, y orientados a un auténtico espíritu de servicio, manifestado en todas las modalidades en que esté siendo impartida la enseñanza, sea ésta con carácter de presencial, a distancia o mixta.

Resulta primordial tenerse en cuenta que las exigencias requieren ser planteadas de forma equitativa y correcta; pues sabemos que el hombre progresa en la medida de lo que se le exige y no de aquello que se le regala. Un académico que respeta a sus alumnos, les exige, trata de influir en ellos para optimizar su rendimiento, para que cultiven un pensamiento crítico, para que reflexionen y decidan por sí mismos, teniendo claro que las exigencias empiezan por el mismo profesor, quien sólo así alcanza la autoridad moral que se requiere.

Asimismo, los docentes se obligan a ser virtuosos en la comunicación de los saberes; a comprender a sus discípulos y facilitar sus tareas, siempre en un marco de cordialidad que favorece la confianza mutua. Esta actitud necesita complementarse con una respuesta positiva de los estudiantes, expresada en un espíritu de estudio, investigación y sacrificio, asumiendo la responsabilidad de su formación personal, comprometidos con el patrimonio cultural recibido, que será fuente de enormes posibilidades. Luego, cuando se integran las inteligencias de educadores y educandos, es cuando se establece lo que hemos conocido como la alegría de enseñar y la alegría de aprender.

Añadiendo a esta relación académica el aporte abnegado y anónimo de su organización administrativa, la universidad se desarrollará en un clima de armonía, y el bien común particular que se ha perseguido, se integrará naturalmente al bien común general, enriqueciendo la vida de la sociedad en su conjunto.

En suma, podremos aspirar a una comunidad universitaria sustentada en valores y aspiraciones comunes, empeñada en la búsqueda persistente de la verdad y el bien, anhelos concretos del ser humano y bases del camino hacia al desarrollo integral de un mundo que enfrenta sucesivas y variadas crisis.

Cristian Cornejo Gaete

Director General de Comunicaciones y Extensión

Universidad Bernardo O’Higgins

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