En la sociedad actual la tecnología ha llegado a establecerse como un bien imprescindible no sólo para la vida social, sino, fundamentalmente, para la vida laboral. Por esta razón, su uso no es opcional, ya que se ha vuelto un recurso clave para el desarrollo de un sinfín de actividades, de la cual Trabajo Social tampoco ha quedado ajeno a ello. En este sentido, la profesión ha tenido que ir evolucionando de manera que incorpora el uso de plataformas digitales, programas de gestión, aplicaciones para los dispositivos móviles y la inteligencia artificial (IA), que cada vez son más recurrentes en la práctica profesional. La importancia de este tema para el Trabajo Social, reside precisamente en que la tecnología no es neutra, dado que genera posibilidades, pero también emergen dilemas éticos que desafían los principios más primordiales de la profesión.
Por una parte, las oportunidades que ofrecen las tecnologías para el Trabajo Social son evidentes, como, por ejemplo: nos permiten agilizar la gestión de casos, mejorar la comunicación con usuarios y redes institucionales, facilitar la sistematización de información y ampliar los recursos disponibles para la investigación y la acción social. En muchos contextos, estas herramientas se han vuelto indispensables, como quedó demostrado durante la pandemia, donde el teletrabajo permitió la continuidad de las intervenciones.
Por otra parte, junto a estos beneficios emergen riesgos que interpelan directamente a la disciplina, como lo son: La confidencialidad de los datos, la seguridad de la información, la privacidad de los usuarios y la persistente brecha digital, los cuales son cuestiones que no se pueden ignorar. En una profesión cuyo núcleo está en la justicia social y la dignidad humana, el uso de tecnologías sin reflexión crítica podría acentuar desigualdades o vulnerar los derechos. En consecuencia, este tema es crucial, ya que nos obliga a pensar cómo integrar lo digital sin perder el carácter humanista que nos define.
El valor de esta investigación reside precisamente en situar a los Trabajadores Sociales como protagonistas de esta transformación, analizando cómo viven y significan la incorporación de estas tecnologías. En este sentido, el Trabajo Social no debe limitarse a “adaptarse” a la digitalización, sino a posicionarse como un agente activo, capaz de orientar su uso hacia la justicia social, la equidad y la dignidad humana. Esto implica formar profesionales con competencias digitales, pero también con una conciencia ética sólida que evite la deshumanización de las intervenciones.
La importancia del tema para la disciplina se debe iniciar en comprender que las nuevas tecnologías pueden ser herramientas para promover el bienestar y la inclusión, o factores que profundicen las desigualdades y vulneraciones. Así, la clave está en cómo las diferentes formas de entender el Trabajo Social, serán aprovechadas por los/las profesionales y en qué medida son capaces de articular su propia esencia al respeto por los derechos, la cercanía y el estar con las personas, la búsqueda de la equidad y las oportunidades que nos brinda la era digital.
En definitiva, estamos ante un momento histórico en el que el Trabajo Social puede renovar sus metodologías, fortalecer su impacto y garantizar que la digitalización no se convierta en una amenaza, sino un aliado para transformar la realidad social. Por lo tanto, surge una pregunta que no se enfoca en si la profesión debe incorporar o no la tecnología, más bien, en cómo se implementará sin perder la esencia humana de nuestra profesión.
Por Krishna Muñoz O.
Estudiante de carrera de Trabajo Social
Universidad Bernardo O’Higgins.
